LAS MAESTRAS DE SARMIENTO QUE CAMBIARON LA ARGENTINA .
Por : MARIANO OROPEZA .-
11 de Setiembre Dia del Maestro .-
Llegadas desde Estados Unidos a partir de las gestiones del prócer, las docentes fueron primordiales en concretar la educación pública, obligatoria y gratuita.
Sarmiento viajaba por el mundo en representación del gobierno chileno.
Su misión era conocer sistemas educativos para instruir a pueblos mayormente analfabetos.
En su proyecto americano resultaba fundamental la educación para no perder el tren del progreso.
Era 1847, desencantado de la educación europea, que considera de excelencia, pero limitada a unos pocos, llega a la pujante y liberal Boston y queda deslumbrado, en especial, con una sociedad norteamericana que tiene más de 3500 escuelas.
Todas con las puertas abiertas, menos a los negros, claro.
Pero lo que más llama la atención del viajero son las independientes girls que estudian magisterio bajo el gran pedagogo del Norte, Horace Mann: “Creaba allí, a su lado, un plantel de maestras que visité con su señora, y donde no sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía, como ramos complementarios de su educación, debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras; y como los salarios que se pagan son subidos, el negocio era seguro y lucrativo para los prestamistas”. Tal impacto produce en Sarmiento, que había creado el primer colegio normal en Chile, que en su afiebrada mente empieza una nueva locura: llevar mil de estas maestras a las pampas argentinas.
La esposa de Horace, Mary, será a partir de ese momento su gran cómplice en una misión imposible junto a Kate Dogget, una científica sufragista de Chicago. Una gran amiga Mary, que además traduce al inglés el Facundo y Recuerdos de Provincia, y lo introduce en el ambiente educativo yanqui.
A la vuelta de Sarmiento a Nueva Inglaterra en 1865, ya como ministro plenipotenciario de la Nación Argentina, entre ambos diseñan un plan integral que despliegue maestras no solamente a Buenos Aires, sino a todos los puntos del país, empezando con San Juan.
Allí incluso Sarmiento, con sus conocimientos de arquitectura, realiza los planos del futuro colegio normal sanjuanino junto con su programa de estudios, y un detallado informe de los avances en educación de los norteamericanos. En estos escritos se establecen líneas imaginarias con los cañonazos de la Guerra contra el Paraguay, que hacen recrudecer el programa civilización o barbarie en la clase dirigente argentina: “Nuestra razón es paciente pero tiene sus límites”, dice cuando los tres meses en Asunción de Mitre eran años, y Sarmiento propone a estas eficientes maestras bostonianas como un modelo de educación para erradicar una niñez de “pata a suelo”.
Maestras de maestras.
A partir de 1869 empezaron a llegar los docentes, que con los últimos barcos que avistaron el puerto de Buenos Aires en 1898, sumaron setenta y cinco, mayoría femenina con cuatro varones.
El primer maestro fue George Stearns que, junto a su esposa Julia C. de Stearns, venían de una familia de maestros. Instalados en Entre Ríos, inauguraron la Escuela Normal de Paraná, nacionalizada por Sarmiento, y llevaron a cabo un plan de estudios diseñado por George que derivó en un centro de formación para las maestras del país, y escuela primaria y secundaria para los primeros alumnos criollos educados bajo el igualitario método Pestalozzi.
A la vera del río Paraná, en esa misma escuela normal, las norteamericanas aprendían el idioma en cuatro meses, y también las costumbres de un mundo latino que desconocían por completo: “Algunas de estas mujeres –escribió con sinceridad Jennie Howard (1844-1933), llegada en 1886– aceptaron el ofrecimiento inducidas por un espíritu de aventura o por el deseo de cambiar de escenario y de ambiente; otras se sintieron atraídas por la perspectiva de llevar a cabo un trabajo mejor en tierras menos cultivadas, donde los resultados podían ser reconocidos más rápidamente; mientras que otras lo hicieron animadas por un elevado ideal de ampliar horizontes, en un impulso por ayudar a aquellos menos favorecidos en los adelantos educativos”.
Tal voluntad vocacional inducía a firmar rígidos contratos, seguramente contrarios a sus principios de mujeres nacidas en sociedades más abiertas, y aceptaban que no podían maquillarse, ni tomar alcohol en público, ni llevar vestidos más allá del talón, tampoco ser vistas con hombres ni ir a una “heladería”. Y, en algunas provincias, casarse era sinónimo de perder el trabajo en un tierra extraña.
Y de todas formas estas bravas maestras, tildadas de solteronas, masonas y ateas, incluso humilladas como leemos, abnegadamente abrieron caminos en la escuela argentina. Nombremos algunas de ellas y sus destinos: Mary Grahan (1842-1902) fue elegida personalmente por Sarmiento para dirigir la Escuela Normal de San Juan, que el sanjuanino habia soñado en New York, y luego hizo lo mismo en La Plata. Jeanette Stevens (1845-1929) llegó en 1883 para transformarse en la querida “maestra gringa” de los coyitas jujeños. Mary Morse (1864-1945), una de las más jóvenes, trabajó casi cuarenta años en Mendoza. La nuyorquina Annete Haven (1841-1910) fue directora y profesora de la escuela normal mixta de La Rioja durante dieciséis años.
Pero no siempre había brazos abiertos.
En la escuela normal de Córdoba
aparecieron pintadas: “Esta es la casa del diablo y la puerta del infierno”. La directora era Frances Amstrong y sus colaboradoras Frances Wall y Howard. Sostuvieron cuatro años, entre 1884 y 1888, frente a madres en las iglesias que pedían que las echen de la ciudad, entre ellas Elisa Funes de Juárez Celman, futura primera dama, y una matrícula que había pasado de 500 a 150 alumnas. Cansadas, renunciaron y fueron reubicadas, algunas, en San Nicolás de los Arroyos.
Allí funcionaba una escuela normal mixta que contaba con el apoyo del cura párroco para aquietar a las Damas de la Sociedad.
En esta costera ciudad al norte de Buenos Aires se asentó Jennie, transformada en la maestra Juanita por generaciones de argentinos, y que nos relata de primera mano: “Venían los restos de Sarmiento por el río Paraná y la comunidad de San Nicolás pidió que el buque anclase en el puerto. Los maestros y los alumnos de su Escuela Normal, con coronas de flores, las autoridades de la ciudad, y todos acompañados por el pueblo, se congregaron a la orilla del río a la hora esperada -las nueve de la noche- para aguardar la llegada del buque funerario. La ofrenda del pueblo de San Nicolás fue depositada silenciosamente a su derredor y los portadores de ella contemplaron el tranquilo rostro”, cierra Juanita su crónica que demuestra en 1888 el gran sentimiento popular hacia Sarmiento, un loco que muchos años antes había imaginado a estas maestras norteamericanas enseñando entre nosotros en una escuela laica y popular.
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