El único mérito comprobable que hoy demuestran nuestros políticos es el de entretenernos por televisión. Tal vez no se trataba de otra cosa y el error era andar exigiéndoles políticas de Estado.
En los comienzos, todo era el Rey Palito Ortega y la adorable Evangelina Salazar. Ambos protagonizaron el casamiento más grandioso que hubo en la historia de la televisión argentina. Por entonces, también cautivaban desde Pinky con el Negro Lavié o Cacho Fontana con Liliana Caldini, hasta la intimidad de las grandes estrellas como Mirtha, Soledad Silveyra, Rodolfo Bebán, Sandro y tantos más. Cuando se sumó el deporte, Susana y Monzón pasaron a ser lo máximo. Top of the top.
Con el tiempo las cosas fueron mutando hasta que actores, actrices, cantantes, modelos y conductores terminaron siendo reemplazados por personajes mucho menores bautizados genéricamente como “mediáticos”. Gente que nadie sabía muy bien a qué se dedicaban pero que rápidamente cautivaron a las audiencias. Silvia y Guido Süller, Jacobo Winograd, Ricardo Fort, participantes de realities varios y tantos otros, constituyeron una nueva fauna que ocupó la televisión.
Con los años, estos “mediáticos” fueron pasando al ostracismo y hoy, cayendo veinte escalones en el nivel del debate, nuestras pantallas están monopolizadas por Cristina, Macri (el Gato), Macri (el primo), Máximo, Alberto, Larreta, Bullrich, Lousteau, Milei, Morales, Kicillof, Manes, Massa, Wado y Pichetto, por nombrar algunos de los panelistas más conocidos. Completan este panorama unos especímenes rarísimos que habitan allá abajo, en el fondo del averno, y que responden al nombre de “los copitos”
Esta es la breve historia de la farándula argentina.
Lo curioso de esta nueva camada de famosos es que se autoperciben “estadistas”. Se presentan como líderes que vienen a mejorar la vida del pueblo cuando la realidad indica que sólo han logrado empobrecerlo. Sin ir más lejos, hace 20 años un dólar costaba 3 pesos y ahora vale 300 y un obrero tenga que laburar un lustro para comprarse un celular.
El único mérito comprobable que ostentan es el de entretenernos por televisión. Tal vez no se trataba de otra cosa y el error era andar exigiéndoles políticas de Estado. La realidad es que se pelean, se insultan, se traicionan, se amenazan, despiertan pasiones, tienen sus fans, en fin, salvo excepciones que siempre las hay, en líneas generales podemos decir que nuestros políticos ya son la nueva farándula.
Mientras esperamos la llegada de un Mesías que sepa de política, de economía, de acuerdos, sea un verdadero demócrata, nos devuelva la unión nacional y hable de corrido y sin gritar (todo eso junto), nuestra responsabilidad es evitar que la sociedad caiga en la antipolítica. Esta es la clave.
Para eso no tenemos más remedio que tolerar a esta farándula y tratar de educarlos un poco. Iluminarles el camino. Llevarlos hacia algo normal, aunque sea pasearlos por Montevideo. No por ellos sino por nosotros. No sea cosa que, mientras ellos discuten si nos van a permitir votar en las PASO para que cada ciudadano pueda elegir su inútil preferido, el dólar llegue a 500 mangos y un obrero tenga que laburar un lustro para comprarse un celular.
Partiendo de la base de que el Estado de Derecho es la condición primaria para la prosperidad de los pueblos, lo primero que deberíamos enseñarle a nuestra farándula es la diferencia entre la democracia que dicen defender y la autocracia a la que, en los hechos, algunos adhieren. Veamos.
Si bien ya conocíamos la predilección kirchnerista por la democracia cubana, la venezolana y gobierno pañuelo verde de Irán, Cristina reforzó esta idea hace unos meses diciendo que su modelo de capitalismo es el chino, pasando por alto el temita de las libertades. No es por dudar de la democracia china, pero el episodio que el mundo vió por televisión en el que un tipo de seguridad se lleva arrastrando del traje al ex presidente Hu Jintao, no ayuda.
Lo único que no televisaron fue la parte en que se abre el piso y Jintao cae en una pileta repleta de tiburones, que debe ser la misma pileta que usaron los ingleses en Operación Trueno, la cuarta película de James Bond en 1965.
Seguramente Macri entiende un poquito mejor que Cristina los valores democráticos, pero hay que recordar que hace pocos meses se sacó una foto abrazado con Donald Trump.
Y lo hizo después de que el expresidente norteamericano se sublevara contra el orden constitucional de EE.UU., desconociendo un resultado electoral, mandando una orda de kirchneristas a quemar el Capitolio y a colgar al Vice Mike Pence para terminar abandonando la Casa Blanca sin entregar el mando a Joe Biden. Si todavía las democracias occidentales existen es porque a Trump le falló el plan. Aún así, allá fue el Gato a sacarse la foto. Mamita.
El panorama se complica aún más cuando Bullrich, Pichetto y Milei salen a apoyar al presidente Bolsonaro que, de haber reconocido su derrota el mismo domingo a la noche como cualquier demócrata del mundo, hubiera evitado la crisis en la que están ahora, y que incluye a miles de bolsonaristas pidiendo a gritos un golpe militar mientras extienden su brazo derecho como si fueran arios escuchando a Wagner y calzando botas negras en Berlin 1939.
Por suerte existe la televisión para mostrar que lo de China, lo de Trump, lo de Bolsonaro y lo de los brazos derechos en alto es todo absolutamente cierto (salvo lo de los tiburones que se comieron a Hu Jintao sobre lo que no hay pruebas, por ahora).
Usted dirá amigo lector que nos estamos olvidando de cuando Alberto le ofreció a Putin que Argentina sea la puerta de entrada de Rusia en América Latina. No es olvido.
Sucede que en el caso del “presidente”, más que destacar su vocación autocrática hay que resaltar su confusión ideológica. Por ejemplo, el viernes habló en un acto que organizó para rapiñarle medio puntito de rating al show de Cristina programado para la misma hora. Rescatemos de ahí la frase dicha por Alberto ante la ovación de Tolosa Paz, Gabriela Cerruti y otros extras contratados para la ocasión: “La adversidad se llama derecha, compañeros”, dijo un tipo que en los 90 avaló los indultos y en el 2000 fue candidato de Cavallo y compañero de lista de la principal defensora de Videla. Sin ofender a nadie, si escuchás a Alberto no tenés por qué andar extrañando a Guido Süller.
Párrafo al margen para lo del “presidente” en Brasil: más allá de la vergüenza que nos hizo pasar a todos los argentinos manoseando al pobre Lula, le pedimos a los funcionarios de Itamaraty que retiren la denuncia por abuso que presentaron en la UNASUR. Lo hace sin querer, es de toquetón nomás.
Una vez que nuestra actual farándula aprenda la diferencia entre democracia y autocracia, recién ahí habrá que ayudarlos a salir del escándalo, abandonar el barro, escoltarlos hacia la salida de la grieta y persuadirlos de focalizarse en lo concreto. Nadie pretende que un líder político vaya al programa de Diego Sehikman y explique su plan ferroviario para los próximos 20 años. Sin embargo tampoco podemos seguir aceptando que cuando se les pregunta sobre la inflación solo sepan decir “no podemos gastar más de los que recaudamos” o “hay que parar con la emisión monetaria”, que son conceptos ciertos pero obvios. Si le preguntás a Jacobo Winograd te va a contestar lo mismo y no por eso lo vamos a votar para presidente.
Habrá que exigirles un plan, ideas claras, medidas concretas. Aunque sea algo. Si insisten en gritar slogans y agarrase de los pelos nunca van a dejar de ser farándula.
Visto así, todo se entiende más fácil. Son la rascada que son y más vale que lo aceptemos, tratemos de educarlos, mejorarlos y después vamos viendo. Al fin y al cabo, que otra cosa es Cristina sino algo raro a mitad de camino entre la entonación de Evita y el Rolex de Ricardo Fort.
Lejos, muy lejos quedó la Argentina de Palito y Evangelina.
Alejandro Borensztein