Entre 1845 y 1850 una escuadra anglo-francesa bloqueó el Río de la Plata –los franceses habían realizado un primer bloqueo entre 1838 y 1840- impidiendo el paso de los barcos hacia Buenos Aires o a los puertos de la Confederación, con excepción de Montevideo.
Algunos de los eslabones hallados, hace un tiempo, a orillas del río.
Los europeos argumentaban que la existencia del Uruguay estaba amenazada por el sitio que sufría. En realidad estaban siendo afectados sus intereses comerciales que además ya tenían en mente navegar los ríos interiores de nuestro país para comerciar, algo que el gobernador Juan Manuel de Rosas, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, impedía.
Habían partido de Montevideo el 17, y del imponente convoy de modernos buques de guerra, algunos a vela y otros a vapor, fuertemente artillados, iban 92 buques mercantes con un importante cargamento para comerciar.
La defensa estuvo a cargo de Lucio Norberto Mansilla, un experimentado general de 53 años. Atravesó el río, a la altura del Paso del Tonelero, con 24 barcazas que estaban unidas entre sí por tres gruesas cadenas de hierro. De un extremo, las cadenas estaban amarradas al bergantín Republicano, apoyado por otras dos embarcaciones.
De la costa bonaerense, se habían colocado cuatro baterías, compuestas por viejos cañones, algunos de ellos de corto alcance. Primero estaba la batería Restaurador Rosas, al mando de Alvaro de Alzogaray con media docena de cañones de regular caligre; luego, la General Brown, al mando de Eduardo Ignacio Brown, uno de los hijos del almirante, también con cinco cañones similares a la primera batería. La tercera, la General Mansilla, de fuego rasante, era comandada por Felipe Palacio y contaba con tres cañones de pequeño calibre como los siete de la cuarta, bautizada Manuelita, al mando del neoyorquino coronel Juan Bautista Thorne.
Estas baterías -construidas por 14 carpinteros y tres herreros- estaban apoyadas por alrededor de 500 soldados de infantería, otros tantos eran de caballería e infantes de marina. Sobre una de las costas, una decena de pequeñas barcazas incendiarias estaban listas para ser lanzadas río abajo contra la flota enemiga.
El grupo de arqueólogos está trabajando en la zona de playa con el propósito de ubicar el emplazamiento de la tercera batería, que estaba casi al mismo nivel que el agua. Para armar el emplazamiento, se levantaron empalizadas con postes colocados con una separación de 30 o 40 centímetros. Los arqueólogos saben que los postes ya no están más, sino que buscan las huellas de ellos y la base donde se asentaron los cañones.
El recodo que hacía el río obligó a la flota -que había avistado las cadenas-a detenerse.
Algunos barcos, por precaución, anclaron alejados de las baterías argentinas. En la mañana del 20 los enemigos iniciaron el ataque contra las defensas, con sus poderosos cañones que disparaban proyectiles explosivos, mientras otros barcos se dirigían hacia las cadenas para cortarlas.
Restos de esas históricas cadenas ya han sido halladas en anteriores campañas.
Mansilla, temprano, había arengado a sus tropas: “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra república, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos!”
El intercambio de disparos de artillería fue muy intenso. Algunos barcos debieron alejarse por estar demasiado averiados. Cuando el Republicano agotó sus municiones, su capitán decidió volarlo.
El pescador Jorge Villar, “el pantera” paral los lugareños, enganchó en sus redes lo que se interpretó sería el mástil de esa embarcación. Fue analizado en la Facultad de Ingeniería de la UBA y determinaron que era de pinotea europea y que tenía herrajes y anillas correspondientes a un barco de la época en cuestión. El arqueólogo Mariano Ramos, luego de presentar el caso con especialistas en arqueología acuática, le dijo a Infobae que es muy posible que El Republicano se haya partido al medio y que las partes estén no muy lejos de allí.
Al mediodía de ese 20 de noviembre, las cadenas aún no habían sido cortadas. Un barco a vapor intentó arrastrarlas sin éxito, hasta que de una balsa un grupo de ingleses con un martillo y un yunque las rompieron.
Mientras tanto, las baterías eran destruidas por el fuego enemigo. A las tres de la tarde, las fuerzas argentinas habían agotado las municiones. Entonces, desembarcaron 325 infantes de marina que fueron rechazados por los argentinos, a punta de bayoneta y a arma blanca.
En esa acción, cayó herido el propio Mansilla. Los infantes debieron retroceder, pero de una nave francesa desembarcaron más fusileros y los defensores comprendieron que nada más podían hacer. Quedaron en el campo 250 argentinos muertos y 400 heridos, mientras que los atacantes sufrieron 26 muertos y 86 heridos.
En distintas excavaciones los arqueólogos hallaron botones con el escudo de la Confederación Argentina, pedazos de vidrios de botellas de bebidas alcohólicas que los soldados tomaban para darse valor y restos de dispositivos de armas. El equipo sabe que un kilómetro al norte había sido levantado el hospital de campaña.
Solo pudieron fotografiar el lugar pero no trabajar en él, ya que esas tierras pertenecen a particulares y aún no consiguieron la autorización correspondiente. Los buques invasores debieron permanecer más de un mes en el lugar para ser reparados por el importante daño que habían sufrido.
Allí, donde el río se angostaba, se dispusieron tres filas de cadenas sobre una serie de barcazas para impedir el paso de los barcos enemigos.
Luego de muchas idas y vueltas diplomáticas, se firmó un tratado mediante el cual los ingleses reconocían la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y su derecho a solucionar sus problemas con el Uruguay sin la intervención extranjera. Francia demoró en acordar, pero finalmente lo hizo. Hasta los opositores a Juan Manuel de Rosas reconocieron y alabaron dicha acción.
José de San Martín, desde su exilio de Gran Bourg, había tomado casi como una afrenta personal el bloqueo al Río de la Plata, que lo llevaría a decir “que los argentinos no somos empanadas que se comen con el solo abrir de boca”. En su testamento, le legaría el sable corvo a Rosas por la defensa de la soberanía ante el bloqueo.
El equipo que ahora está trabajando en el lugar está liderado por el arqueólogo Mariano Ramos, y lo integran sus colegas Mariano Darigo y Carolina Dottori, los profesores de Historia Gastón Escalfaro y Nair Chantada, los hermanos Marcelo y Daniel Gómez, y un grupo de estudiantes y pasantes de la Universidad Nacional de Luján.
No saben con qué tipo de fosa común se encontrarán. Si una rectangular, de unos dos metros de ancho por unos diez de largo, donde los cuerpos son dispuestos uno al lado del otro -como ocurre, por ejemplo, con las fosas con víctimas de la guerra civil española- o un pozo cuadrado, donde los cuerpos están dispuestos unos arriba de otros.
Barren la zona con un geomagnetómetro, un instrumento que detecta anomalías en el suelo y se ayudan con viejos documentos, cartas y croquis. “Es como analizar la escena de un crimen, pero en este caso hablamos de un campo de batalla”, explicó el doctor Ramos. “Estamos trabajando en un área de unos 500 metros y con todos los estudios y análisis que se han realizado es posible hacerse una idea sobre cómo se movieron los soldados y cómo usaron el terreno”.
Es una labor lenta y minuciosa. Van con cuidado, porque saben que esa zona fue habitada por comunidades originarias, ya que se hallaron vestigios de cerámica.
Hace 177 años que se libró esta batalla, perdida en el campo pero ganada en el terreno diplomático. Hace tiempo que en el lugar están abocados a la búsqueda de aquellas señales que el pasado ocultó y que esperan ser desenterrados para que nos den respuesta a los tantos interrogantes de nuestra historia .