viernes, 20 de junio de 2014


2014


El sueño de 
Manuel Belgrano  en tela.  

Por SABINO MOSTACCIO

especial para REALPOLITIK.

El 20 de junio de 1820, moría en el abandono y el olvido público el general Manuel Belgrano. 
Partió de este mundo apenas rodeado por un reducidísimo círculo de amigos y familiares, mientras el país que él ayudó a liberar y establecer se desangraba en el caos y la anarquía, que él tanto temió y desprecio. Tomó décadas rescatar su memoria de las tinieblas de la historia, empresa que debemos agradecer a insignes historiadores. 
Pero habiendo pasado tanto tiempo, conviene preguntarnos si podemos, o mejor aún, algún día terminaremos de captar la singularidad y la complejidad de tan brillante y destacada personalidad.

Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, hijo de un comerciante italiano leal a la corona española. 
El buen pasar de sus padres le permitió disfrutar de una esmerada educación, todo un privilegio en esa época. 
El culmen sería cuando obtuvo su título de abogado, con 24 años, en la Universidad de Salamanca, donde se formaba la élite española. 
Atrajo la atención de algunos funcionarios del Consejo de Indias por su brillantez y honradez, que le valieron el nombramiento por parte del rey Carlos IV como secretario del Consulado de Buenos Aires, máximo tribunal comercial del virreinato del Río de La Plata. 
Asumió su cargo en 1796, y desde el mismo, combatió la corrupción y el monopolio de los comerciantes españoles; y buscó por todos los medios estimular el progreso y el desarrollo económico de la región. 
Su mejor apuesta estuvo en el fomento de la educación, en especial la técnica. 
Por iniciativa suya, se crearon academias para formar mano de obra calificada y escuelas para niños y niñas, con el objeto de instruir al pueblo para que este pudiera ser promotor del cambio que Belgrano ansiaba.

En 1806, al producirse las invasiones inglesas, Manuel Belgrano participó de la reconquista de Buenos Aires y de la resistencia al invasor en 1807, pero estos sucesos lo convencieron de la inoperancia del poder español, al que empezó a ver como obstáculo para el bien de esta tierra. 
Se unió a un grupo de jóvenes criollos con ansias de cambio similares a las suyas, y empapados por el espíritu revolucionario de la época, estimulado aun más por las ideas liberales venidas de Europa, que ellos conocían y cultivaban. 
El decisivo año 1810 lo encontró a Manuel Belgrano en la trinchera del cambio. 
En el cabildo abierto del 22 de mayo, votó la destitución del virrey Cisneros, y fue protagonista decisivo el día 25, cuando la Primera Junta de Gobierno asume formalmente el mando. 
Fue nombrado vocal de la misma, y desde su puesto estimuló afanosamente el bien de esta tierra. 
Fue pionero del periodismo nacional junto a Mariano Moreno (a través de su periódico La Gaceta), fundador de la Biblioteca Nacional (a la que donó casi toda su colección de libros), y además, intentó mediar entre sus compañeros y apaciguar las tensiones internas que ya aparecían en la junta.
En 1811, se vio obligado a vestir el uniforme, tarea ajena para él, y emprende una expedición al Litoral y al Paraguay, para lograr asentar el poder de la junta de Buenos Aires. 
Es aclamado en el Litoral y en el Paraguay bien cerca estuvo de desalojar a los españoles, pese a su insuficiencia de medios. 
Logró, no obstante, sublevar al Paraguay contra España.
1812 lo encuentra al mando de una batería costera en Rosario, a orillas del Paraná. 
Allí, realizó la obra que le dio la inmortalidad. 
Buscando un símbolo para identificar a sus hombres y diferenciarlos de las huestes realistas, creo un estandarte cuya seña característica era dos franjas celestes y blancas. 
Mucho se ha discutido sobre esta elección, pero la realidad es que el nuevo símbolo fue bien apreciado por la tropa y por el pueblo.

Pero su gobierno le ordenó ocultar la bandera, y él se cuadró ante la orden superior, pero juró que la haría flamear cuando las armas de la patria obtuvieran un triunfo digno. 
Y es allí en el noroeste argentino, donde comenzó el dominio español en esta tierra, donde Manuel Belgrano se encargaría de sepultar al colonialismo español. Llegaron las fulgurantes victorias de Tucumán y Salta, el épico éxodo jujeño previo, la campaña alto peruana, donde batalló hasta el final contra un poderoso enemigo. 
Pero finalmente Manuel Belgrano se dio el gusto de enarbolar la triunfal enseña que tanto amaba; enseña que gracias a él y su ilustre compatriota y amigo José de San Martín se convirtió en símbolo de libertad y dignidad para los demás pueblos americanos.
Monárquico por convicción, amante de la libertad pero obsesionado con el orden y el progreso, profundamente patriota y devoto católico, pero a la vez americanista e imbuido del credo liberal que representaba lo más novedoso en la época, luchó por evitar las guerras intestinas que devoraron al país durante décadas luego de su muerte, sin conseguirlo, pero nos dejó un punto de unión en el cual se referenciaron miles durante los años más oscuros. 
La bandera que representa lo mejor de nosotros, y por la que miles de hombres dieron la vida a lo largo de generaciones, para defender este suelo. 
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Es Belgrano el ejemplo claro, de un Hombre de Principios firmes, de convicciones profundas, donde queda expuesta su personal visión de República;
Para él, fundar una Nación, no es otra cosa que fundamentar la Esperanza.
Para Belgrano, la esperanza, es crear un espacio, donde se conjugue educación, formación profesional para hombres y mujeres por igual, justicia para todos, siempre al amparo de la LIBERTAD, que sin dudas era el mayor de sus sueños.
Jamás quiso el poder y menos la riqueza, dejó atrás la fortuna propia, y murió como un hombre de bien, solo y olvidado, por los de su época.
Es nuestro mayor ejemplo a seguir.
Aunque hoy, ese ejemplo, parece perdido para siempre entre quienes disputan el poder, nos damos cuenta con solo ver a nuestro entorno, el comportamiento de unos y de otros. . . de TODOS .
Manuel Belgrano, Padre de la Patria: PERDÓNANOS.
Editorial.

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